Esta es la historia de una mujer que por muchos años estuvo en el cuerpo de un varón. Hasta se casó dos veces y tuvo hijos. Pero su historia cambió el 2012, cuando Antonio dejó de existir y emergió Tamara, una boliviana que hoy pelea aún porque las leyes la reconozcan su género. Tamara dejó su familia, viajó para cambiarse de sexo. Es funcionaria pública y se enamoró de Nadia. Sí, es transexual y lesbiana. Hoy ella cuenta su vida desde Oxígeno.bo.
Antonio dejó de existir en noviembre de 2012. Él mismo tomó esa decisión que fue la más importante y difícil de toda su vida. Sabía que decírsela a su esposa, a su hijo y dos hijas y a su padre, sería lo más complicado. Siempre había vivido para los demás. Pero ya no necesitaba la aprobación de ellos. A partir de ese momento empezaría a ser libre.
Cuando Toño, como le decían quienes lo conocieron, era niño se sentía feliz y siempre intentó reproducir ese sentimiento. La receta perfecta se resumió en estudiar una carrera, casarse, tener hijos, una casa y un auto. Cumplió todo al pie de la letra. Pero aún, siguiendo cada paso que lo debía llevar a la felicidad, no la había alcanzado. Por eso había decidido dejar de estar.
A la primera persona que le comunicó su propósito fue a su esposa Mary Elizabeth. Lo hizo un 4 de noviembre de 2012. “Yo estaba en un proceso de “shock” (…) le contaba la historia a mis amigas como si le estuviera pasando a otra persona (…) como si yo no fuera la persona que se quedaba sin el esposo que amaba tanto”, explica Mary.
Antonio entendía que su determinación haría daño a muchas personas que amaba y eso le carcomía la piel y los huesos. Pero ya no podía seguir lastimándose a sí mismo. A partir de ese momento, dejó de existir y nació Tamara: una mujer transexual lesbiana.
En el sector tecnológico, la remuneración que reciben quienes trabajan de forma remota suele ser desproporcionadamente baja en comparación con las ganancias que generan para las empresas. A esto se suma el hecho de que, en muchos casos, los pagos no incluyen beneficios de seguridad social, dejando a las y los trabajadores en una situación de vulnerabilidad. Además, el conocimiento producido en el desarrollo tecnológico queda en manos exclusivas de las empresas y no solo no es retribuido, sino que tampoco es reconocida la autoría de quienes lo crean. Aunque se podría argumentarse que cada contribución es solo un fragmento aislado de “código”, -ya que el trabajo sigue estando altamente segmentado, incluso en el ámbito tecnológico-, cada una de estas pequeñas piezas del engranaje digital representa una aportación fundamental, sin la cual la maquinaria no podría funcionar.
Este fenómeno puede ser abordado desde diferentes aristas, como el ámbito económico, la división del trabajo, o incluso la individualización y enajenación de las y los nuevos trabajadores y trabajadoras remotos. Sin embargo, en este pequeño ensayo, lo analizaremos a través de la perspectiva de Manuel Castells en La Sociedad Red, donde describe la transición hacia una economía informacional caracterizada por el trabajo en red, la flexibilidad laboral y la desigualdad. Asimismo, nos apoyaremos del concepto de cognotariado que ayuda a entender cómo estos trabajadores y trabajadoras, aunque realizan tareas de alto valor intelectual, podrían compararse (con sus respectivas diferencias) con el proletariado industrial del siglo XIX.
“¡Carajo hijo, yo sé bien qué eres. Yo te eduqué, te crié, te enseñé y sé bien que no eres mujer, que no eres trans. Carajo, sé que eres bien hombrecito!”, recuerda que le dijo su padre cuando recibió la carta en la que le revelaba su verdadera identidad sexual. “Todo esto a mí me causó mucho dolor, porque significaba quedarme sola”, cuenta Tamara Núñez del Prado, mientras se le traba la voz que intentan ahogar sus propias lágrimas.
El proceso de transición, la “salida del closet” como se le conoce comúnmente (cuando alguien decide asumir ante la sociedad su preferencia sexual), no es sólo para la persona que lo está viviendo, sino también para su familia. Además, en este caso, fueron dos salidas del closet: la primera, referente a su transexualidad y la segunda, respecto a su lesbianismo.
“El proceso de cambio de sexo y de género también lo sufre el entorno familiar”, explica Carolina Aliaga, psicóloga de Tamara. “Ha sido un proceso duro para ella pero se decidió a hacerlo. Un tiempo después vinieron su papá y su mamá a hablar conmigo, resolvieron muchas dudas que tenían. A partir de eso ha sido mucho más fácil”, relata.
“No tenía la menor idea de que me iba a salir con que era mujer transexual”, explica Mary, su ahora exesposa. Primero no lo pudo creer, después pensó en que todavía podían seguir juntos si su esposo sólo se vestía de mujer de vez en cuando, pero seguía siendo Antonio. Sin embargo, se chocó con la verdad: Tamara, quien había salido del closet primero con Mary, pensaba hacerlo con todos. “Yo todavía no había llegado a aceptar la realidad cuando, después de una semana, Antonio llegó con un montón de ropa de mujer que había comprado y que quería mostrarme”.
Pero había más. El trabajo era otro entorno que también requería de su atención. Después de todo, pasaba casi 10 horas al día en el Ministerio de Desarrollo Productivo y Economía Plural, nada más y nada menos que en el área de resolución de conflictos.
Un día entró al despacho de la entonces ministra Teresa Morales, y le entregó su carta de renuncia. Le explicó que se sometería a un tratamiento de reasignación de sexo. “Bienvenida compañera”, le dijo la autoridad al recibir la noticia y preparó un taller con especialistas sobre el tema para sensibilizar al resto de sus compañeros. Hasta la fecha, Tamara sigue trabajando ahí.
“Mi oficina era el único lugar donde me sentía bien. Ya me había separado y vivía en un cuartito en Miraflores. Me sentía tan sola que me quedaba trabajando hasta las nueve o diez de la noche todos los días y cuando llegaba a casa sólo me quedaba hablar con Puchi, mi puerquito de peluche a quien adopté como si fuera mi hijo”, cuenta Tamara, quien desde ese momento empezó a asumir el rol de mujer.
Desde hace algunos años para acá, las grandes tecnológicas han utilizado esta lógica para subcontratar a empresas pequeñas “Además de las corporaciones multinacionales, pequeñas y medianas empresas de muchos países (con los ejemplos más destacados en los Estados Unidos Bes decir, Silicon ValleyB, Hong Kong, Taiwán y norte de Italia) han constituido, redes cooperativas que les permiten ser competitivas en el sistema de producción globalizado“ (Castells, 1997, p. 160), e incluso directamente desarrolladores en países en vías de desarrollo, donde los costos laborales son significativamente más bajos que en los países desarrollados. Empresas como Google, Microsoft o Amazon, junto con otras firmas emergentes de los países de occidente, han construido redes de trabajo donde las y los programadores en India, América Latina y otras regiones trabajan en proyectos estratégicos sin recibir las mismas compensaciones que sus pares en países más desarrollados.
“Además, este sector dinámico constituido en tomo a empresas altamente rentables se globaliza cada vez más cruzando fronteras y cada vez tiene menos sentido calcular la productividad de las “economías nacionales” o las industrias definidas dentro de los límites nacionales. Aunque la parte mayor del PIB y el empleo de la mayoría de los países continúa dependiendo de actividades cuyo objetivo es la economía interna y no el mercado global, es en realidad la competencia en estos mercados globales, tanto en industria como en finanzas, telecomunicaciones u ocio, la que determina la parte de la riqueza que se apropian las empresas y, en última instancia, la gente de cada país” (Castells, 1997, p. 137).
De este modo, la globalización del trabajo en red ha permitido que el capital se concentre en los países desarrollados mientras que la mano de obra técnica sigue atrapada en una estructura de dependencia y explotación.
Aunado a esto, es fundamental señalar que incluso en espacios como Sylicn Valley, su desarrollo e innovación se ha nutrido de gente profesional de otros países, que “en 1999 el 30% de la mano de obra empleada en la alta tecnología en Silicon Valley era de origen extranjero” (Saxenian en Castells, 1997, p. 167). Lo que demuestra que la globalización está sumamente arraigada, incluso en los cimientos mismos de la ”cuna de la innovación tecnológica”.
Desde hace casi tres años Tamara nunca sale sin maquillaje en la cara y casi todos los días usa zapatos de tacón. No obstante, su Certificado de Nacimiento, Carnet de Identidad y todos sus títulos académicos llevan el nombre de Antonio Núñez del Prado.
Actualmente, en Bolivia existe un vacío legal porque no hay un procedimiento específico para que las personas transexuales puedan cambiar los datos de su nombre y sexo en sus documentos de identidad.
El primer paso es solicitar un cambio de nombre y sexo ante el Servicio de Registro Civil (Sereci), que siempre es rechazado por falta de normativa. Eso habilita a la persona transexual iniciar una demanda ante un juez, a quien se le deben presentar pruebas como un examen psicológico y médico, entre otras. Una vez aceptada la demanda, el fallo tarda entre uno y dos años. Sólo si es a favor, se puede iniciar nuevamente el trámite administrativo ante el Sereci.
“En el caso de Tamara ya se inició la demanda judicial. Estamos esperando el fallo del juez que estimamos tardará un poco menos de un año”, explica Martín Vidaurre, abogado de Tamara y director de Capacitación y Derechos Ciudadanos.
Si el fallo es a favor, se deberán cambiar los datos en su libro de partida y en su certificado de nacimiento, lo que no implica que los datos de identificación sean afectados por esta situación, explica Vidaurre.
“Yo quería mantener la esencia de mi nombre. Mis padres me registraron como Antonio Ernesto Núñez del Prado Aguilera: el primero, por mi abuelo Antonio Peredo y el segundo, por El Che. Así que decidí ponerme Tamara, que es el nombre original de Tania la Guerrillera, compañera de Ernesto Guevara y, como segundo nombre, Antonieta. Así mantengo mi esencia”, cuenta Tamara quien tendrá que esperar un año más para que su nombre se refleje en su Carnet de Identidad.
” Si el proletarius como tal tan solo poseía su prole, el cognitariado como tal solo se caracteriza por poseer su cognición, sus capacidades y habilidades cognitivas, es decir, el resultado de su elaborada educación y formación. Aun más, su cognición es lo que él ha engendrado (como prole) en sí mismo, dentro de sí, con su formación y educación. El cognitariado lo es porque su posesión más esencial y su “prole” (interna y más esencial) es su cognición. En última instancia (pues es fácil no tener hijos), la única auténtica y definitoria posesión del cognitariado es su cognición”. (Mayos Solsona, 2013).
Las empresas tecnológicas contratan a estos trabajadores bajo esquemas de freelance, contratos temporales o a través de empresas subcontratistas. De este modo, evitan ofrecer beneficios como seguro de salud, pensiones o estabilidad laboral. Además, muchas plataformas de trabajo remoto han institucionalizado esta precariedad al crear mercados laborales hipercompetitivos donde las y los hacedores de tecnología, como desarrolladores de países en vías de desarrollo, aceptan salarios extremadamente bajos para competir con otros trabajadores
globales.
El resultado es una situación donde el conocimiento y la creatividad de estas personas son esenciales para la innovación de las grandes empresas, pero su trabajo es tratado como un recurso desechable. Este fenómeno reproduce la dinámica clásica del capitalismo industrial, donde los obreros producían bienes de alto valor para los dueños de los medios de producción, sin recibir una retribución justa. En la sociedad informacional, los desarrolladores de países en vías de desarrollo, se han convertido en los “obreros digitales” de la economía global, generando riqueza para corporaciones que no les garantizan una vida digna, o en este caso una remuneración justa, a cambio de su trabajo.
Cuando Antonio tenía cuatro años, jugaba a que se operaba para cambiarse de sexo y le pedía a su mamá que le pusiera ropa de niña. En aquel entonces, su madre le explicó que a quienes tenían pene se les tenía que vestir como hombrecitos. Cuando cumplió ocho años, se ponía la ropa de su madrastra, que era casi de su tamaño. A sus 18 años se casó y nació Fernanda; luego se divorció. Estudió la carrera de derecho en la Universidad Mayor de San Andrés. A sus 26 nació Lucía, su segunda hija, de una pareja diferente, con quien salió muy poco tiempo. A sus 30 años se casó con Mary y nació Inti, su tercer hijo. Adquirió un departamento donde vivía con su familia, tenía un auto, dos hijas y un hijo.
Siempre había sentido que tenía problemas con su identidad, pero como a los 11 años se le despertó su gusto por las mujeres, intentaba hacer caso omiso al conflicto. En realidad no lo entendía porque no sabía que tenía disforia de género, que quiere decir que su género psíquico no corresponde a su género físico.
“El primer paso es la aceptación, el segundo es la salida del closet, el tercero es la hormonización y el cuarto es la operación de reasignación de sexo”, explica la psicóloga. Tamara ya cumplió los cuatro pasos.
El 29 de julio de este año, en Chile, se sometió a una vaginoplastía, una cirugía plástica que reemplaza el pene por una vagina. “La primera vez que me vi estaba muy inflamado, no muy bonito, pero se veía muy perfecto. Al principio tenía miedo de tocarme (…) Hay sensaciones que las fui aprendiendo en el camino, experiencias que solamente las mujeres podemos entender”, cuenta mientras se le dibuja una sonrisa de satisfacción.
El médico encargado de la operación fue Guillermo MacMillan, quien le garantizó un 100 por ciento de sensibilidad. Así fue, ya que todos los nervios que llegaban al glande fueron traspasados. De un pedacito de piel se construyó el clítoris y los demás puntos nerviosos los conectaron al cuello vaginal.
“Ya he tenido relaciones con mi novia y es una experiencia que al decir que es orgásmica creo que explico todo ¡Es wow! Son sensaciones que no las había sentido antes”, explica Tamara mientras suspira hondo. “Además, el compartir con la persona que tú amas, que se compartan entre ellas es como yo siempre quise y soñé, una experiencia de dioses, es muy lindo, es muy bello (…). Compartirse sexualmente como mujer, es mucho más bello que compartirse sexualmente como hombre, para mí. Porque yo siempre he sido una mujer, me sentía como mujer y como mujer tenía un pene. Entonces había un montón de cosas, las cuales no encajaban en mi placer”.
Además, la flexibilidad laboral, que en teoría debería proporcionar mayor autonomía al talento humano, en realidad se ha convertido en un mecanismo de control empresarial. Las y los desarrolladores deben estar constantemente actualizando sus habilidades, compitiendo en un mercado si bien no saturado, con mucha competencia, precisamente de personal capacitado que puede hacer el mismo trabajo con una menor remuneración. Esto provoca que cada vez se deben ajustar mucho más a las exigencias de las corporaciones, sin ninguna garantía de estabilidad o crecimiento profesional a largo plazo.
Asimismo, esta estructura global impide la organización sindical y la negociación colectiva, lo que profundiza aún más la explotación. Mientras los trabajadores industriales podían organizarse para demandar mejores condiciones laborales, actualmente, las personas que crean tecnología están dispersos en distintos países y no tienen la posibilidad de generar una organización efectiva contra las políticas de las empresas tecnológicas.
Tamara tiene 37 años, mide 1 metro y 74 centímetros, se pinta las uñas con regularidad y sigue trabajando como funcionaria pública.
Vive con su novia, Nadia, con quien tiene una relación desde hace dos años. A pesar de las dificultades que han atravesado, hoy son felices. Pero nada es fácil. Para alcanzar esta estabilidad, tuvieron que enfrentar distintas situaciones como que Nadia se asumía como heterosexual hasta que conoció a Tamara y hoy se asume como pansexual. En ese proceso, ambas fueron discriminadas.
Ya han pasado tres años desde que Antonio salió del closet. Ya han pasado tres años desde que Tamara no sale sin maquillaje y usa zapatos de tacón casi todos los días. Han pasado tres años desde que sus hijas y su hijo le dicen “mapi”.
“Muchos me preguntan si me arrepiento. Estoy sufriendo como nunca he sufrido en mi vida. He perdido las cosas más valiosas que tenía, pero no me arrepiento ni un segundo, porque al fin soy lo que siento que soy. Al fin puedo expresarme como quiero. Al fin me maquillo como me da la gana. Cada vez mi cuerpo me gusta más. Obvio, hay momentos en que lo odio. Pero en realidad lo amo, lo quiero, amo lo que soy. No me arrepiento de nada”.
Si bien la globalización del trabajo digital ha permitido que más personas accedan a oportunidades laborales, también ha creado nuevas formas de desigualdad y explotación que deben ser cuestionadas. Para revertir esta situación, es fundamental repensar la regulación del trabajo digital, establecer mecanismos de protección para los trabajadores del conocimiento y promover modelos de empleo que garanticen estabilidad y equidad. Solo de esta manera será posible construir una economía informacional que no solo beneficie a las grandes corporaciones,
sino también a los trabajadores que la hacen posible.
La orientación sexual se refiere a la atracción sexual, amorosa y erótica de los seres humanos. Existen varias categorías entre las que se encuentran homosexuales (a quienes les atraen personas del mismo sexo), heterosexuales (a quienes les atraen personas de sexo diferente) y pansexuales (a quienes les atraen las personas independientemente de su sexo, su orientación sexual o expresión de género).
La identidad de género es la percepción que cada persona tiene sobre sí misma con respecto a sentirse hombre o mujer. También se le llama “sexo psicológico” o “sexo psíquico”. Una persona puede nacer en un cuerpo de hombre y sentirse como mujer, o puede nacer en cuerpo de mujer y sentirse hombre.
El sexo refiere a la parte biológica. Existen variedades femeninas (mujeres), masculinas (hombres) e intersexuados (personas que producen gametos femeninos y gametos masculinos).
Una mujer transexual lesbiana es una persona que nació en el cuerpo de un hombre, tiene una identidad de género femenina y le gustan las mujeres; por lo tanto, es lesbiana.