El trabajo de cuidados y la gestión del hogar son la base invisible que sostiene la vida y la economía, aunque rara vez se reconozcan o remuneren. Las cifras muestran su enorme peso económico —en México equivale al 26.3 % del PIB— y la profunda desigualdad en su distribución: las mujeres dedican el doble de tiempo que los hombres. A esta carga física se suma una carga mental constante, emocional y organizativa, que desgasta y limita el acceso al empleo y la educación. Reconocer, redistribuir e invertir en los cuidados no es solo una cuestión de justicia, sino una apuesta por el bienestar colectivo: cuidar es sostener el mundo.
En el entramado de la vida cotidiana existen millones de tareas que, aunque invisibles, hacen posible todo lo demás: preparar alimentos, limpiar, cuidar, organizar, planificar, anticipar. Estas actividades —agrupadas bajo la llamada gestión del hogar— constituyen una forma de trabajo que sostiene la vida y la economía, pero que históricamente ha permanecido fuera de los indicadores formales y de las políticas públicas.
Durante décadas, el trabajo doméstico y de cuidados ha sido considerado una responsabilidad privada, generalmente asumida por las mujeres, y no un asunto económico o político. Sin embargo, los estudios más recientes en economía feminista y en sociología del trabajo coinciden en que este sector produce valor, bienestar y cohesión social, aunque no se remunere ni se registre en las cuentas nacionales. Sin él, no funcionan la economía, la educación, la participación social ni el bienestar.
Los datos son elocuentes: en México, el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado equivale al 26.3 % del PIB nacional, es decir, 8.4 billones de pesos en 2023 (INEGI, 2024). Este porcentaje supera al de sectores formales como la industria manufacturera (20.3 %) o el comercio (18.6 %), lo que demuestra su papel estructural dentro de la economía.
La distribución de ese trabajo continúa siendo profundamente desigual. Las mujeres dedican 41.8 horas semanales al trabajo doméstico y de cuidados, mientras que los hombres destinan 20.2 horas, lo que representa una brecha de 21.7 horas semanales (INEGI, ENUT 2024). En términos de valor económico, cada mujer aporta en promedio 86,971 pesos anuales por su trabajo no remunerado, frente a los 36,471 pesos de los hombres.
A nivel global, la tendencia es similar: según ONU Mujeres, las mujeres realizan 16 mil millones de horas diarias de trabajo de cuidados que sostienen a familias, comunidades y economías en todo el mundo.
Si se asignara un valor monetario a ese trabajo, superaría el 40 % del PIB en algunos países, una proporción mayor que la de sectores enteros como la industria manufacturera o el transporte.
A escala mundial, el 45 % de las mujeres en edad de trabajar están fuera del mercado laboral debido a responsabilidades de cuidados no remuneradas, frente a tan solo el 5 % de los hombres.
En Europa, el 60 % de la brecha salarial de género está vinculada a la maternidad: no porque las mujeres pierdan ambición, sino porque reducen las horas de empleo remunerado o lo abandonan por completo cuando los servicios de cuidado infantil son inasequibles o las licencias parentales resultan insuficientes.
Cada hora adicional de trabajo de cuidados no remunerado reduce en un 38 % las posibilidades de una mujer de acceder a un empleo remunerado y en un 34 % sus opciones de cursar educación superior.
Más allá de las tareas físicas, existe un tipo de trabajo aún más difícil de identificar y medir: la carga mental.
La carga mental comprende el esfuerzo cognitivo y emocional que implica anticipar, organizar y coordinar las necesidades del hogar y de quienes lo habitan: recordar vacunas, planificar comidas, prever gastos, resolver imprevistos o mantener el equilibrio emocional familiar.
De acuerdo con Dean et al. (2021), esta carga no puede reducirse a una función intelectual:
El trabajo mental involucra tanto labor cognitiva como emocional. Al estar centrado en la familia, incluye un componente afectivo que lo transforma en una carga con consecuencias generalizadas. A diferencia del trabajo físico, el mental no tiene límites claros y puede derivar en preocupación constante.
Esta combinación de trabajo intelectual y afectivo explica por qué la carga mental se percibe como una tensión continua, interna y expansiva. No se limita a un horario ni a un espacio concreto: se filtra en todos los ámbitos de la vida. Es, en esencia, una forma de trabajo permanente que genera estrés, agotamiento emocional y pobreza de tiempo, especialmente entre las mujeres que también asumen empleo remunerado.
El trabajo de cuidados y la gestión del hogar no son un asunto privado, sino un componente esencial del bienestar social. Sin embargo, al no ser visibilizados ni redistribuidos, perpetúan desigualdades económicas, de género y de tiempo.
La CEPAL y la OIT estiman que, para alcanzar estándares adecuados de bienestar y corresponsabilidad hacia 2035, los países de América Latina deberían invertir un promedio anual de 4.7 % del PIB en sistemas integrales de cuidados: licencias parentales, servicios de atención infantil y de personas mayores, y políticas de redistribución del tiempo.
Lejos de ser un gasto, esta inversión tiene altos retornos sociales y económicos: genera empleo formal, incrementa la participación laboral de las mujeres, mejora la recaudación fiscal y contribuye a sociedades más justas y sostenibles. Cada dólar invertido en cuidados genera de dos a tres veces más puestos de trabajo que en otras industrias y aumenta los ingresos fiscales, lo que ayuda a compensar los costos.
Reconociendo la magnitud de este desafío, el gobierno mexicano ha dado un paso significativo. Para 2026, el Paquete Económico contempla un nuevo “Anexo Transversal para la Consolidación de una Sociedad de Cuidados”, con un monto estimado de 466 mil 674 millones de pesos (La Jornada, 2025)
Este presupuesto representa un avance en la visibilización del cuidado como política pública y no solo como una responsabilidad individual. Sin embargo, el reto sigue siendo su ejecución, su distribución equitativa y su corresponsabilidad entre géneros.
La gestión del hogar y el trabajo de cuidados no remunerados son el núcleo silencioso de la vida social y económica. Su invisibilización no solo implica una omisión estadística, sino también una deuda cultural y política.
Reconocer su valor —material, emocional y social— es un paso imprescindible hacia la equidad. Porque cuidar no es una tarea secundaria ni exclusivamente de las mujeres: es la infraestructura afectiva que sostiene al mundo.