Dos historias, dos futuros posibles: una niña influenciada por el miedo, un niño impulsado por la tecnología al servicio del bien común. Ambas atravesadas por la inteligencia artificial. En un mundo donde la IA ya impacta decisiones políticas y recursos vitales como el agua, urge preguntarnos: ¿quién la controla, para qué se usa y cómo afecta nuestras vidas?
Hanna, una niña hipotética de 11 años de Estados Unidos, mira de reojo una propaganda política en la televisión. En el video se muestra un escenario catastrófico donde monstruos invaden el país, saltan muros y roban todo a su paso. Treinta y cinco años después, Hanna es una diputada antimigrante que promueve algunas de las leyes más estrictas e inhumanas en materia migratoria.
José, un niño hipotético de 7 años, del sur de España, ya puede tomar agua sin restricciones y bañarse dos veces a la semana en una regadera. En su ciudad se implementó un programa de redistribución y ahorro del agua. Treinta y cinco años después, José es un científico molecular especializado en temas hídricos.
En ambos escenarios, la inteligencia artificial (IA) fue protagonista. En el primero, al elaborar un video electoral que exagera un escenario catastrófico con fines políticos. En el segundo, al implementar tecnologías de IA para medir el rendimiento del agua y predecir comportamientos hídricos que permitieron distribuir el recurso equitativamente en una ciudad.
La tecnología nunca es un fin en sí misma, sino un mecanismo que la humanidad desarrolla para relacionarse mejor con su entorno. Hoy, en la era digital, ese mecanismo está atravesado por la inteligencia artificial y avanza a un ritmo vertiginoso.
Es fundamental analizar la tecnología desde una perspectiva social y humana, ya que comprender sus efectos en las sociedades no solo es vital para regularla, sino también para dirigir su uso hacia soluciones que podrían representar un punto de inflexión en este momento de turbulencia mundial.
La inteligencia artificial en la política no es un escenario futuro, sino una realidad que ya estamos enfrentando. No solo en el ámbito electoral, sino también en la política pública. Los casos hipotéticos de Hanna y José no lo son del todo: en Estados Unidos, en esta última elección presidencial, los republicanos utilizaron un video generado por IA para mostrar un supuesto escenario catastrófico bajo un nuevo gobierno demócrata de Biden; mientras que en España, hay municipios que ya emplean inteligencia artificial para la gestión del agua.
Las soluciones basadas en IA deben ser estudiadas, comprendidas y, en algún punto, reguladas y controladas —al igual que las tecnologías de la información y comunicación (TIC)— en la esfera pública, a través de los gobiernos y espacios de toma de decisiones, ya que su impacto no solo es colateral y mediato, sino también directo e inmediato, puesto que repercute en las sociedades, en las personas, en las niñas y los niños, en Hanna y José.
En el marco de una convergencia tecnológica, es urgente el debate y la discusión sobre la inteligencia artificial desde la perspectiva de la política y la gestión pública. No podemos dejar este asunto en manos exclusivas del sector privado, de las grandes tecnológicas o de las y los creadores de tecnologías del norte global. Es imperativo abordar esta problemática desde nuestros propios países, aterrizando los impactos en nuestras realidades.
La inteligencia artificial ya está aquí. El futuro es ahora. ¿Qué tipo de sociedad queremos construir con ella?