Historias de violencia obstétrica y su naturalización en Bolivia.1
Ana
Cuando abrió los ojos ya no había casi nadie en el quirófano. La despertó el movimiento que hicieron los camilleros al pasarla de la mesa de cirugía a la camilla móvil. La soledad se tradujo en el ruido metálico de la máquina de escribir que rebotaba contra las paredes de una de las salas de operación del Hospital de la Mujer, en la ciudad de La Paz.
Esa era la señal de que todo había terminado: quien fuera que tecleaba el aparato, escribía el reporte del resultado de la cesárea.
Era alrededor de la medianoche del tránsito del 18 al 19 de enero del año 2021. Bolivia atravesaba la tercera ola de la pandemia de COVID-19, que se mostraba agresiva.
Solo un par de horas antes, Ana estaba embarazada de siete meses y, mientras seguía recostada en esa camilla, se percató de que ya no lo estaba más. Recordó que la anestesia no había hecho el efecto suficiente cuando empezó la cesárea porque sintió el dolor del corte. Luego, al parecer, perdió el conocimiento. Ese era el último pensamiento que tenía guardado antes de la operación.
“¿Y mi bebé?”, preguntó y le respondió el silencio.
“¿Y mi bebé? ¿Está bien?”, volvió a preguntar y uno de los camilleros, buen chango, le contestó: “Tranquila, tu bebé nació rosadita”.
“Pero… ¿dónde está?”, refutó la mamá. Ya no encontró interlocución.
Todo empezó el 7 de enero de ese mismo año, cuando Ana sintió contracciones en la madrugada. Este era su tercer embarazo y podía diferenciar una molestia de una contracción. También sabía que las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) mostraban que, hasta ese entonces, una de cada cuatro mujeres embarazadas con COVID-19, podía tener un parto prematuro.
Cuatro días antes, ella había dado positivo al virus.
Su esposo, Iván, empezó a buscar un hospital que pudiera recibirla, pero la combinación COVID, embarazo y amenaza de parto hizo de las suyas.
“Literalmente nos colgaron el teléfono en un montón de clínicas […] Hasta que nos dijeron que el Hospital de la Mujer podría recibirnos”, explica Ana.
Llegaron de madrugada. Tocaron la puerta de emergencias, en la avenida Saavedra, casi al frente de la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Andrés. La primera barrera con la que se encontraron fue el portero. No quería dejarles pasar, hasta que una señora intervino a gritos para alertarle de la situación y hacerle cambiar de parecer. Finalmente, la internaron.
“Me hicieron la prueba de COVID y dio positiva. Estaba con contracciones y sin dilatación, pero aún así me pidieron tres fotocopias de mi carnet. ¿De dónde iba yo a sacar fotocopias en la madrugada?”, cuenta Ana todavía con indignación un año y medio después.
La llevaron a la sala de preparto y le hicieron tactos “todos los doctores que pasaron por ahí”. Tres días después la dieron de alta. No sospechaba que en dos semanas volvería a encontrarse en la misma sala de emergencias, con el mismo portero y la misma sala de preparto.
Eran las once de la noche del 18 de enero de 2021. Habían pasado unas tres horas sin que Iván recibiera noticias sobre Ana. Aproximadamente a las dos de la tarde, ella había ingresado de emergencia nuevamente al Hospital de la Mujer: tenía presión alta y diagnóstico de preeclampsia.
Él no tuvo más remedio de esperar en la puerta porque, debido a la pandemia, las visitas estaban restringidas. Su único consuelo era saber que pronto llegaría un mensaje con las buenas noticias: sería papá por tercera vez.
Cada media hora ella le enviaba un mensaje de WhatsApp de actualización, pero como a las ocho de la noche dejaron de llegar. El último decía que estaba a punto de entrar al quirófano y que debía dejar el celular en la habitación.
A las dos de la mañana llegó el ansiado mensaje. Era de un número diferente al de su esposa, pero ella era la remitente: «Ya salí del quirófano, pero no sé nada de la bebé, nadie me dice dónde está”.
Anita e Iván atravesaban uno de los momentos más difíciles de sus vidas. Durante dos días no supieron qué le había pasado a su hija recién nacida.
La violencia obstétrica: una herida tan profunda como invisible
“Las mujeres que sufren partos traumáticos a menudo utilizan el mismo lenguaje que las víctimas de violación”, es una de las frases de la investigadora Sheila Kitzinger, en su artículo “El parto como violación: hay que terminar con la obstetricia del ‘por si acaso’”.
En este mismo texto se plasma una realidad cotidiana y desgarradora. Explica que “el problema con el parto cuando se experimenta como una violación institucionalizada es que se supone que hay que estar agradecida con las mismas personas que te violaron. Mujeres que quedan de alguna manera atrapadas entre el horror y la ‘gratitud’”.
Actualmente, no existe una forma unificada de definir y medir la violencia obstétrica a nivel mundial.
La relatora especial sobre la violencia contra la mujer, Dubravka Šimonović, en su informe Enfoque basado en los derechos humanos del maltrato y la violencia contra la mujer en los servicios de salud reproductiva, con especial hincapié en la atención del parto y la violencia obstétrica, explica que la falta de marco de referencia provoca la normalización de este tipo de violencia.
La violencia obstétrica se puede entender como toda forma de violencia física y psicológica que sufren las mujeres por parte del personal de salud, en la atención de salud sexual y reproductiva, que incluye el embarazo, parto y puerperio.
No obstante, la Defensoría del Pueblo de Bolivia, en el documento Política Pública de Prevención de la Violencia Obstétrica, la define como “violencia ginecobstétrica” porque permite “visibilizar e identificar las diversas formas en que se manifiestan los atropellos a los derechos humanos cuando se necesita atención médica, ginecológica u obstétrica. También analizar las causas por las que se (re)produce la violencia contra las mujeres cuando están embarazadas, en parto, durante el puerperio y/o cuando reciben atención a causa de un aborto”.
Subsumir tu cuerpo a la arrogancia médica: cuando el doctor decide por nosotras
Désirée
Désirée tiene un grupo de sangre Rh negativo. El 5 de octubre de 1993, luego del nacimiento de su hija, necesitaba recibir una inyección para evitar formar anticuerpos que pudieran atacar al feto en un posible futuro embarazo. Este tratamiento se utilizaba cuando la madre tenía un tipo de sangre negativo y el padre uno positivo.
Su médico obstetra, del centro de salud CEMES en La Paz, decidió no ponerle la inyección porque, según su criterio, estaba “muy mayor” como para volver a embarazarse. “Y así me lo dijo: para qué la quiere si usted está muy vieja para tener más hijos. Tenía 36 años en ese entonces”, cuenta Désirée, mientras el enojo sale a relucir al recordar semejante acto de ignominia.
Veinte años después, se podría pensar que el panorama era diferente. No fue así.
Ana
En 2014, en su segundo embarazo, Ana pidió que, después del parto, le hicieran una ligadura de trompas. El jefe de ginecología del Seguro Universitario de Salud le dijo que no.
La explicación –desde sus ojos patriarcales– era coherente: argumentó que en caso de que contrajera nupcias con otro hombre, seguro él querría más hijos y ella debía estar disponible para cumplir “ese mandato”.
“Peor aún, también me dijo que si se me moría un hijo iba a querer tener otro. Como si fuera así, como si los hijos se pudieran reemplazar”, relata.
En el informe de la relatora Dubravka Šimonović se lee que mujeres han descrito prácticas profundamente humillantes, agresiones verbales y observaciones sexistas durante la atención del parto en los diferentes centros de salud. También que la dinámica del poder en la relación del personal de salud y la paciente es otra causa de maltrato y violencia, que se agrava por los estereotipos de género.
Nos ha pasado a todas
Mayra
Acudió al Hospital materno infantil el lunes 17 de junio de 2019 para un control de rutina, a sus 38 semanas de embarazo. Como su bebé no se manifestaba, pensó que sería una visita de entrada por salida, pero fue lo contrario. A pesar de que la edad gestacional idónea para dar a luz transcurre entre las semanas 37 y 42, la doctora de turno firmó su internación. La razón que dieron es que la bebé podría nacer en cualquier momento, debido al avance de su embarazo.
“Yo me quería ir a mi casa a esperar a que mi hija me diera señales, pero no me dejaron salir. Estaba enjaulada en el hospital”, relata Mayra, que permaneció cinco días internada sin contracciones.
Después de más de cien horas en el hospital, los controles médicos de rutina ya le eran familiares. Dos veces al día le hacían un examen de tacto para medir la dilatación y un doppler para escuchar los latidos del feto.
“Una de las doctoras era especialmente torpe y al hacerme el tacto me lastimó. Le reclamé, pero me dijo que era un procedimiento de rutina y que no me podía quejar. Yo estaba consciente de lo que es un parto respetado, pero en el momento no puedes ni reclamar”.
La noche del viernes 21 de junio dejaron de escuchar los latidos de la bebé en el examen doppler. La alarma invadió al personal de salud. Decidieron darle oxitocina sintética, romperle la bolsa e inducir el parto. Si eso no generaba contracciones y dilatación, la amenazaron con hacerle una cesárea.
“Yo estaba súper nerviosa, no sabía qué le estaba pasando a mi wawa y los doctores tampoco decían mucho. A la media hora empecé a sentir las contracciones, cada vez más fuertes y dolorosas (por la oxitocina). Cuando me vuelven a hacer el examen doppler, los latidos se empezaron a escuchar bien. Resulta que el anterior aparato estaba mal y por eso no escuchaban nada”, cuenta.
Pero para ese momento ya le habían aplicado todo el procedimiento de inducción.
Antes de la medianoche Aela dio sus primeros gritos. Que la bebé estuviera bien era lo que más importaba. La mirada de la mamá estaba en su hija y no le interesó mucho que el hospital pareciera un cuartel por la disposición de las camas y el trato del personal. Incluso en ese momento no le molestó que le hubieran inducido el parto. Pero el enojo llegó después.
“Yo he leído sobre violencia obstétrica, me he preparado, pero aún así no me he salvado. Fue una negligencia médica que hayan tenido el equipo en mal estado. Te das cuenta de que eso no debería pasar, porque ser mamá es un evento extraordinario. Y aunque quise hacer una queja, al final, por ocuparme de mi hija, quedó en el olvido”, recuerda.
Este es un caso que encaja a la perfección en lo que la relatora Šimonović denomina en su informe como “la dinámica de poder entre el centro de salud y la paciente”, ya que el personal médico tiene “el poder del conocimiento médico acreditado y el privilegio social de la competencia médica reconocida”. En cambio, las mujeres en su parto, en un momento de especial vulnerabilidad, dependen de la información que les brinda el personal de salud.
“Este desequilibrio de poder se hace especialmente evidente en los casos en que los profesionales sanitarios abusan de la doctrina de la necesidad médica para justificar el maltrato y los malos tratos durante la atención del parto”, explica Šimonović .
El mismo informe da cuenta de que los casos de violencia obstétrica se empezaron a visibilizar hace pocos años, en gran medida, por la vasta cantidad de testimonios de mujeres publicados en los medios electrónicos y “se ha demostrado que esta forma de violencia es un fenómeno generalizado y sistemático”.
Bolivia no es un caso aislado.
En el blog Ñu Mamis podemos leer historias desgarradoras de violencia obstétrica:
Vanessa
“Señora, se está desangrando. Si no para la sangre le vamos a sacar su útero, ¿está de acuerdo?
Le dije «sí, sáqueme», mientras mi lágrima caía. Al final, tuve suerte y la sangre paró”.
Mare
“Escuché su llanto y de inmediato supe que todo estaba bien. La pusieron encima mío: amor a primera vista. Lloré. Ya eran las 11 am (y había tenido) 19 horas de trabajo de parto terribles. Me llevaron a mi sala y entró una enfermera y me dijo: ‘¿Qué tal? ¿Nunca más?’ Yo recansada le respondí: nunca más. Me dijo: ‘lo mismo dicen todas, pero al año igualito vuelven; claro, en ese rato rico hacen y luego vienen a gritar aquí’. Me quedé estúpida con lo que me dijo. Otras mamás se reían, para mí no tenía nada de gracioso”.
Katherine
“Entré a quirófano y decidieron intentar un parto natural […] Pedí que subieran la camilla para no pujar acostada, la elevaron un poco, amarraron mis piernas y me pidieron que pujara. No pasaba nada y (el doctor) me dijo: si en quince minutos no nace, hacemos cesárea. Me dejaron sola, amarrada y con las piernas abiertas”.
Y sólo hace falta una publicación en alguna red social digital para recibir varios comentarios de mujeres que plasman en los mismos sus testimonios. Aquí dos ejemplos:
María
“A mí el doctor M. de la ultrafamosa Clínica Montalvo de Santa Cruz de entrada me quiso forzar a una cesárea y luego me dijo que destete a mi hijo mayor porque, pasado el primer año de lactancia, les paso hormonas femeninas que le pueden afectar en su virilidad (volverlo gay, en otras palabras). Nunca más volví y ojalá nadie caiga en sus delirios”.
Eliana
“A mí, las enfermeras que me hicieron la curación de la herida de cesárea, al momento que dije ‘auh’, me dijeron: ‘Buena para hacerse un tatuaje en la pierna y se queja de estito’”.
En Bolivia, el 63.5% de las mujeres mayores de quince años han sufrido violencia obstétrica, según la Encuesta de Prevalencia y Características de la Violencia contra las Mujeres del año 2016.
Asimismo, según un boletín de la Defensoría del Pueblo, con datos basados en la la misma encuesta, señala que el 40% de estas mujeres dice que el personal de salud criticaba sus comportamientos con comentarios irónicos; el 45% dice que las criticaron por llorar o gritar de dolor durante el parto. El 55% dice que no pudieron aclarar sus dudas porque el personal médico no les respondió y el 67% dice que se les impidió estar acompañadas en el momento del parto.
El mayor triunfo del patriarcado en la sala de parto: hacer que no nos demos cuenta de que estamos siendo violentadas
La gravedad es una gran aliada de las mujeres a la hora de dar a luz. La posición natural para parir, casi por sentido común, es la de cuclillas: genera contracciones más eficientes, se reducen las malas posiciones del bebé, se ayuda al hueso pélvico a “ensancharse”, entre muchas otras buenas razones. No por nada es una tradición ancestral.
Pero en el siglo XVII, el rey Luis XIV de Francia quería ver el parto de su descendencia desde una posición privilegiada. Por eso ordenó a su esposa María Teresa de Austria que se acostara para dar a luz, a pesar de las dificultades que surgen con esa postura, relata Leila Mesyngier, en su crónica El parto es un acto político. Y esa es la razón por la que el parto medicalizado se procure de manera horizontal: para comodidad de un tercero.
Para la filósofa Laura Belli no es casual que la aparición de la obstetricia como disciplina haga que las mujeres nos subordinemos al saber médico, parafrasea.
En el programa Parto en Casa del podcast Comadre, Sonia Cavia analiza cómo las mujeres que dan a luz en centros hospitalarios se tienen que someter a un montón de rutinas violentas: tener contracciones acostadas o que les hagan exámenes de tacto torpes en múltiples ocasiones.
Pero todo esto no se concibe como violencia, al contrario, estas prácticas están completamente naturalizadas.
Actualmente, se ha puesto en manifiesto el término de parto respetado, procedimiento que pone a la mujer como protagonista de su parto, en un ambiente amable, natural y no patologizado. “Es decir, el parto respetado debería ser la norma, porque si no es parto respetado, entonces qué es: ¿un parto violento?”, cuestiona Cavia.
Cristina Pinto, enfermera ginecoobstetra boliviana, explica que el personal de salud cuenta con directrices y protocolos para la atención del embarazo, parto y puerperio. “La mujer es la protagonista de su parto. Nosotras, como personal de salud, somos el equipo que le ayuda a que su hijo o hija llegue en condiciones normales”, comenta. La Resolución Ministerial 0496, del Ministerio de Salud, especifica los procedimientos para la atención de un parto en Bolivia.
“La mujer siempre se va a acordar de todo lo que le digamos durante su parto. Por eso hay que cuidar el lenguaje. Ella está dando a luz y lo que menos queremos es que sea un proceso traumático, sino más bien humanizado, que se respeten sus derechos”, replica.
No obstante, parece que esa es la excepción y que la regla es el maltrato y la violencia, que hace que la mujer transite por pantanales húmedos, oscuros y desolados.
A las mujeres nos tratan como si fuéramos unas máquinas de parir
La exdefensora del Pueblo, Nadia Cruz (aún en el cargo cuando se escribió esta crónica), explica que el sistema de salud es patriarcal y colonial. Quienes se llevan la peor parte en esta urdimbre son las mujeres, reflexiona Cruz.
“La violencia ginecobstétrica es el ejemplo más claro de que perciben a las mujeres como máquinas de reproducción. En el momento en que la mujer está dando a luz se la deja de ver como un ser humano con derechos, con dignidad, con sentimientos y casi todo se centra en el trabajo que va a hacer el ‘doctorcito’, que siente que hace un favor al acudir a ‘salvar una vida’”, analiza.
“Si las mujeres han naturalizado la violencia obstétrica, los médicos peor. Por eso hay que generar procesos de trabajo para la prevención y erradicación de estas prácticas, porque, aunque se penalice, si no se trabaja con los agresores, no va a haber cambios”, complementa Cruz.
El año 2018, la Defensoría del Pueblo presentó una propuesta de política pública para la erradicación de la violencia gineco obstétrica, que hasta la fecha no ha sido asumida por las autoridades competentes.
La violencia obstétrica está completamente invisibilizada y se toma casi como algo habitual, explica Daniela Martínez, doula y abogada especialista en derechos humanos. “Cuando entras al hospital a parir te conviertes en objeto de prácticas invasivas, rutinarias. Estamos tan acostumbradas que ni preguntamos qué nos están haciendo”, comenta.
La especialista explica que la violencia obstétrica es un tipo de violencia de género y constituye una vulneración de los derechos fundamentales, los cuales no se adquieren, sino que son inherentes al ser humano y no se pueden perder.
En el caso de la violencia en el parto, se están vulnerando los derechos de dos personas: de la mamá y del bebé o la bebé. “Es una violencia muy profunda que atraviesa muchas capas, que está sostenida y justificada por el sistema médico patriarcal y por prácticas que en nuestro país son super antiguas y que no hay intención de cambiarlas, a pesar de la normativa existente”.
La violencia obstétrica puede ser física: la episiotomía de rutina, medicación sin informar a la paciente o una ruptura de membrana sin consentimiento. También puede ser psicológica: atemorizar a la paciente, humillarla o infantilizarla, explica Martínez. “A muchas mujeres las engañan y les rompen la bolsa sin decirles; o les dicen cosas como que les van a hacer una corrección para dejarlas como de 15 años, un machismo horroroso”, ejemplifica.
La Constitución Política del Estado establece el derecho a la salud, a la vida y a un trato digno. La ley 3131 del Ejercicio Profesional Médico (2005), especifica los derechos del paciente, como “recibir atención médica humanizada y de calidad” y “recibir información adecuada y oportuna para tomar decisiones”, entre otros. Por su parte, la ley 348 (2013), especifica como un tipo a la “Violencia en Servicios de Salud”, no obstante no menciona literalmente a la violencia obstétrica.
El anteproyecto de fortalecimiento a esta ley, entregada al presidente Luis Arce el 19 de julio de este año, contempla la tipificación de la violencia obstétrica. Esta propuesta aún debe ser sancionada por la Asamblea Legislativa Plurinacional.
Parto respetado, la alternativa que tendría que ser la regla
En 2018, la OMS emitió unos lineamientos para que las mujeres puedan tener una mejor experiencia durante el parto, en los que explicitan prácticas mínimas que permiten que sea respetado.
Patricia Costas, socióloga con maestría en género y políticas públicas, explica que se les enseña a las mujeres a responsabilizarse de su parto porque no existe un sistema de protección que genere las condiciones para un parto respetado.
“El poder lo tienen las instituciones, en las que todas las condiciones están dadas para que se sufra violencia”
“Desde la lectura de la obstetricia clásica un parto exitoso es que la mamá resulte estable y el bebé vivo y sano. Y en este sentido no se toma en cuenta la violencia que sufren las madres, y los niños y niñas. La OMS, actualmente, especifica que se requiere una mirada más integral, porque a la larga este tipo de violencia trae consecuencias severas”, agrega Costas.
Cecilia Milligán, doula en ejercicio, comenta que la violencia obstétrica genera un sinnúmero de consecuencias como lactancias fracasadas, depresión postparto, herida primal, entre otras. Ella plantea, como alternativa, los partos en casa.
La OMS dice que parir en casa es igual de seguro que en un hospital, siempre y cuando se trate de un embarazo sano.
“La mujer tiene que parir donde quiera y como quiera. Puede ser en casa o en hospital. Donde ella se sienta segura”, explica Milligán. Asimismo, señala que algunas mujeres que optaron por un parto en casa es porque ya fueron víctimas de violencia obstétrica y no quieren volver a vivir lo mismo. “Necesitamos empoderarnos más y decir ‘yo no quiero eso para mí’. Al final la mujer agradece que ella y su wawa están sanas, a pesar de la violencia sufrida, pero la herida emocional ahí está”, comenta.
En ese sentido, además, invita a las mujeres a elaborar un plan de parto y hacer hincapié para que se cumpla. “Tal vez no se va a cumplir en un 100%, pero así el personal de salud va a saber que estás informada y que no pueden tratarte como sea. Cada vez hay más obstetras que dicen que hacen parto humanizado, lo cual es un avance”.
Una deuda con las mujeres
En mayor o menor medida, todas las mujeres, en algún momento de sus vidas, se han enfrentado a un sistema para la atención de la salud sexual y reproductiva, violento y con perspectiva patriarcal. El primer paso para la erradicación de la violencia obstétrica es reconocer que esta existe, identificarla y nombrarla.
Mayra, Désirée, María, Eliana, Vanessa, Mare, Katherine, Cecilia y Patricia no han hecho una denuncia formal sobre la violencia vivida; hasta la fecha no existen mecanismos ni procedimientos normados de denuncia y mucho menos de sanción y reparación. Esta sigue siendo una deuda profunda y urgente que el Estado tiene con las mujeres de nuestro país.
El (re)encuentro
Ana despertó la mañana del 19 de enero de 2021 en un cuarto de hospital. “Cuando vino la enfermera de turno me preguntó dónde estaba mi bebé y me solté a llorar porque no sabía nada de ella. Todas me decían que le preguntara a alguien más […] no me decían nada, si estaba viva, muerta, si estaba bien o no”, cuenta. Le dijeron que posiblemente la bebé estuviera en neonatología y le dieron un número celular para llamar.
Luego de un par de días y tras varios intentos de comunicación fallidos, la encargada del banco de leche, que por azares de la vida la conocía, le hizo el favor de ir a preguntar: “hay una bebé en neonatología que está a tu nombre. Es lo único que sé”, le explicó.
Así supo que su bebita estaba en el mismo centro hospitalario que ella.
Aira ya tiene un año y medio y Ana le da comida complementaria desde sus seis meses. Son sumamente apegadas debido a todos los eventos violentos que atravesaron cuando ella nació. “Voy a clases con ella, trabajo con ella, voy a todo lado con ella. No me separo de ella”.
Esto, quizá, porque Ana sólo pudo conocer a su bebé a los dos días de nacida por medio de una foto que una enfermera le ayudó a conseguir; y no pudo ver y tocar a su hija sino hasta veintiséis días después: el mismo día en que la dieron de alta. Tras el parto, pasaron casi treinta horas para que le dijeran la situación de su pequeña.
Hoy están bien, pero la violencia obstétrica de la que fueron víctimas sigue arraigada en su memoria y en su corazón.
- Todos los nombres de las mujeres que prestaron su testimonio para esta crónica son reales. En el texto solo se utiliza el primer nombre de cada una de ellas con la finalidad de resguardar su intimidad. ↩︎
Texto publicado originalmente en el portal Muy Waso en diciembre de 2022.