Bolivia llega al 17 de agosto a una elección inédita: por primera vez desde 2009 podría definirse en segunda vuelta y con una derecha en posición real de disputar el poder. El bloque popular se debate entre respaldar a Andrónico Rodríguez o anular el voto como rechazo a un proceso que consideran manipulado y excluyente, mientras las candidaturas conservadoras suman más de la mitad de la intención de voto. En medio de una crisis económica profunda, el resultado no solo marcará el rumbo inmediato del país, sino que abrirá un nuevo tiempo político donde la izquierda deberá repensar su estrategia, dentro y fuera de las instituciones.
El domingo 17 de agosto se celebran las elecciones presidenciales en Bolivia. Junto al presidente y vicepresidente/a, se elegirán también a las y los diputados y senadores de la Asamblea Legislativa, cuyo periodo dura, al igual que el presidencial, cinco años. Esta es una elección peculiar porque, a diferencia de las anteriores 5 elecciones, existe la posibilidad real de que las propuestas y candidatos de derecha lleguen al poder.
Desde la refundación del país y la reescritura de la Constitución, en 2009, se habilitó el mecanismo de primera y segunda vuelta. Para ganar en primera vuelta, se debe obtener más del 50% de los votos, o más del 40% con una diferencia de 10 puntos porcentuales sobre el segundo lugar. Es la primera vez que Bolivia se encamina a una segunda vuelta en una elección presidencial, ya que hasta ahora solo existía un proyecto político con respaldo popular: el Proceso de Cambio y la Revolución Democrática y Cultural, promovida por el Movimiento al Socialismo (MAS), partido liderado por Evo Morales.
En elecciones anteriores, la decisión parecía estar tomada con antelación de forma mayoritaria. La población boliviana otorgó su voto al MAS con un 54%, 64%, 61%, 47% y 55% en los años 2005, 2009, 2014, 2019 y 2020, respectivamente. En cambio, hoy el panorama es distinto: existe un debate que va más allá de lo electoral y que se enmarca en una discusión política profunda: ¿Por quién vamos a votar?. De esta pregunta se desprenden dos aristas en el ámbito de la izquierda que deberían abrir un análisis más amplio que este proceso puntual.
El electorado de izquierda, popular y progresista se debate entre votar por quien podría ser el representante del bloque popular, Andrónico Rodríguez, o anular su voto como forma de protesta ante un proceso político que consideran amañado y controlado desde la cúpula del poder de Luis Arce, con la proscripción de siglas y candidatos, como ocurrió con Evo Morales.
Según las últimas encuestas (+/-), los candidatos de derecha suman, aproximadamente, un 55% (tomando en cuenta al Partido Demócrata Cristiano que despuntó en las últimas semanas con un 7%). El candidato de la Alianza Popular, Andrónico Rodríguez, y su compañera de fórmula Mariana Prado —por cierto, la única mujer en la papeleta— alcanzan un tímido 7%, mientras que los votos nulos, blancos e indecisos suman un 33%. El resto del porcentaje es de partidos que obtienen menos del 2%, incluido el MAS, que fue arrebatado al bloque popular por el gobierno de Luis Arce. Es importante señalar que las encuestas en Bolivia, siempre le dan mucho menos porcentaje de votación al candidato de izquierda, ya que es difícil medir el voto rural.
Uno de los principales argumentos de quienes votarán por Rodríguez es que hay que dar la pelea en la Asamblea Legislativa, defender las conquistas sociales y garantizar que exista un contrapeso real en el poder legislativo. Asimismo, explican que la crisis económica hay que enfrentarla con consenso político, y el único que tiene la capacidad de hacerlo en esta coyuntura es precisamente Andrónico Rodríguez.
Quya Reyna, expresa: “Cuando el voto nulo realmente sirva para transformar algo de la realidad boliviana, quizá podría considerarlo… En un sistema así no se vota por el ‘mejor’; si fuese así, nadie votaría por los imbéciles que tenemos como candidatos. Se vota a partir de la distribución de fuerzas. El voto es distribución de fuerzas, no militancia…”.
Hay quienes no dudan ni medio segundo en su voto, y otros y otras que, a pesar de sus reservas, optarán por la Alianza Pueblo (AP). También están quienes, con entusiasmo, llaman a votar por Andrónico, como las y los firmantes de un comunicado que da argumentos sobre el voto por AP, señalando que es el único que puede vencer a la derecha, preservar los logros del proceso de cambio e incluso profundizarlos. Algunos se asumen parte de este proyecto de Izquierda Democrática, y otros lo hacen con cierto recelo.
Por otro lado, están los argumentos a favor del voto nulo, que giran principalmente en torno a la exclusión de parte del bloque popular del proceso electoral, particularmente de Evo Morales como candidato. “No solo es la proscripción de Evo, sino de lo que él representa”, señala Adriana Salvatierra. En esta sintonía, Valeria Duarte, en un artículo denominado “El lawfare se confirma en Bolivia y la lista de golpes blandos crece en América Latina” hace un recuento de todo el proceso de proscripción de Morales: desde la campaña mediática previa al referéndum en 2016, el golpe de Estado, el intento de asesinato, hasta la inhabilitación electoral de este año.
Por su parte, Canela Crespo, en su artículo “Bolivia: el voto nulo y su potencia creativa” explica que el voto nulo “expresa el espíritu de cuestionamiento a esta democracia aterrorizada. Ese mismo espíritu, en un escenario de victorias simbólicas de las ideas, fundó el Estado Plurinacional. Hoy, en un escenario de derrotas simbólicas, ese espíritu tiene el deber de abrir discusiones creativas, con cuerpo y con piel. Porque creo que hay más potencia creativa en asumir las derrotas que en volver a apostar por el mal menor”.
En el cierre de campaña de Tuto Quiroga, ex vicepresidente del dictador Banzer, operador de Washington y candidato por la Alianza Libre, las encuestas le otorgaban un 20% de intención de voto. En su discurso, afirmó que la tierra será titulada individualmente, eliminando la propiedad comunitaria, lo que supone una afrenta contra las comunidades y representa, en la práctica, una política de despojo. Por su parte, Samuel Doria Medina, candidato por Alianza Unidad, propuso eliminar el subsidio a los carburantes, cerrar empresas estatales y, poniendo como ejemplo a Javier Milei, prometió “arreglar” la economía en 100 días.
Actualmente, la economía boliviana atraviesa una profunda crisis que golpea los bolsillos de todas y todos, pero especialmente de quienes menos tienen. El desastre económico del gobierno de Luis Arce no solo ha reducido su aprobación a un histórico 5%, sino que su candidato presidencial apenas alcanza el 2% en las encuestas, con posibilidades de perder la sigla.
La economía, evidentemente, está en el centro del debate y será un factor decisivo para el rumbo político del país. Por eso es tan conflictiva la decisión, porque más allá de nuestras querencias, debemos apostarle a la opción que creamos que menos puede dañar a la mayoría del país, que son quienes ponen el cuerpo y resisten las crisis, ya sea a través de una salida institucional o retomando el rumbo del país desde las calles.
Desde la izquierda, como advierte Adriana Salvatierra en una entrevista al medio El Grito del Sur, debemos hacer una crítica profunda sobre por qué gran parte del electorado está inclinando su voto hacia opciones de derecha. Ella señala que, en el próximo periodo postelectoral, la izquierda tendrá una representación muy débil, lo que trasladará el debate sobre el quehacer gubernamental de los espacios institucionales a las calles.
A partir de ahora, el reto será reconstruir nuestro proceso de cambio, resguardar las conquistas populares y generar nuevos imaginarios posibles. Independientemente del resultado electoral, lo que es seguro es que se abre un nuevo tiempo para Bolivia. Como bien escribe Valeria, “en momentos críticos las lealtades no se miden en votos, sino en la capacidad de resistir juntos y juntas las derrotas”.
Sea cual sea la decisión del domingo, no debemos restarles agencia a las personas que hayan optado por una u otra alternativa. Las discusiones en torno a este proceso llevan meses desarrollándose: en ampliados y asambleas de las organizaciones, en los espacios digitales como las redes sociales y en las mesas del comedor, a la hora de la comida. Cada voto, nulo o válido, llega al día de la elección con un trasfondo de debates, convicciones y contradicciones que no pueden ser desestimados.